Queremos agradecer a quienes se han puesto en contacto con nosotros. Debemos señalar que en nuestra revista no hay una sección para creación literaria, pero esperemos este sea el inicio de futuras colaboraciones.
Gracias a Sandra y Amelia por compartirnos sus escritos. Les deseamos muchos éxitos en sus respectivas carreras literarias.
¡Disfruten del festín!
Amelia Modrak es fotógrafa y escritora. Nació en 1973 en Las Palmas de Gran Canaria. Publicó su primer poemario Notas en 2010 en Ediciones Vutrubio. Ha publicado en las revistas La tundra, Zoque, Infame, etc. Su trabajo fotográfico puede apreciarse en su blog: ameliamodrakphotography.wordpress.com.
Albatros
Quisiera ser
Sandra Basurto. Nació en la Ciudad de México en domingo. De profesión Comunicóloga; dedicada al análisis de información. Se dice estudiosa de la Historia del arte, practica la pintura. La música, la ciencia y la literatura son sus aficiones. Es una constante aprendiz de las nuevas tecnologías aplicadas en la creación artística. En materia espiritual; cocina su consciencia a fuego lento en la alquimia de la transformación que deja la experiencia de la vida.
El sueño de otro Ícaro
Iba a saltar pero creía que no era bueno que lo hiciera así sin más que un montón de ganas, por lo que me detuve unos minutos.
Lo había pensado muy bien pero me dieron escalofríos y espasmos en el estómago otra vez, ya diez veces, todas con la misma intensidad.
Me seguía llamando el paisaje, la altura; la abrupta caída no sería tan mala con toda esa agua debajo.
Estaba ahí en el desfiladero, buscando escapar, a unos pasos de perderme entre el abismo y el espanto. Tomé vuelo, respiré hondo, pensé en ti, en mí, en la vida, en la libertad; apreté los puños, miré hacia al cielo, hacia el frente y empecé a correr.
El piso desapareció, la caída empezó a manifestar su impostergable descenso. Mi cuerpo se exponía a la profundidad de ese hermoso abismo; mi peso era el ancla para aterrizar y también alas para escapar de mi encierro eterno. Caía, caía rápidamente; las imágenes se descomponían, el paisaje aparecía untado en mi rostro; el fondo se hacía más cercano, más grande; lo frío del aire que chocaba en mi cuerpo me enfriaba hasta el valor.
El sol iluminaba mi descenso y desde tan lejos en donde se encuentra colgado, me tenía prendido de su luz que esparcía en este vacío, me iluminaba como abrazo y me salvaba de la soledad que deja lo inmenso; mi estómago y mi garganta estaban pegados, ya juntos, se hacían uno para despertarme el temor e inspirarme a gritar por auxilio, pero ese grito se ahogaba en aquella libertad que sentía; nada era mejor que esa sensación, entonces, en ese sublime descenso, comencé a escuchar una voz cada vez más fuerte:
¡Ícaro, Ícaro! ¡Despierta!
¡Abrí los ojos! Mire alrededor. Seguía en la cárcel, como ayer, como antier, como siempre desde hace diez años.