Hernández Rodríguez, Rogelio. Historia Mínima de El PRI. México: El Colegio de México, 2016.
Uno de los libros más sobresalientes que he podido leer este año se trata nada más y nada menos de la historia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), de la colección Historias Mínimas de El Colegio de México (Colmex). Publicado este 2016, mi encuentro con este libro resulta como aquel que encuentra pan recién salido del horno, ya que inmediatamente lo vi en la XXXVII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería lo adquirí.
Sobre el autor, Rogelio Hernández Rodríguez me remitiré a comentar lo que señala la solapa del libro. Este académico mexicano tiene experiencia en estudios de élites políticas, sistema político mexicano así como cambios institucionales. También ha sido autor de libros y artículos especializados por lo que este libro consolida el dominio que tiene sobre un tema tan poco estudiado como lo es el PRI.
A través de 280 páginas distribuidas en ocho capítulos el Dr. Hernández Rodríguez nos sumerge en un sorprendente viaje, en el cual se puede comprender con claridad y sencillez las transformaciones que ha pasado el sistema político mexicano desde su configuración posrevolucionaria, a saber; tras el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en en 1938 y finalmente hacia su transformación como el Partido Revolucionario Institucional en 1946 hasta nuestros días.
A lo largo de la lectura, nos encontramos con una historia muy interesante, inquietante en algunos momentos. Los designios políticos que ambicionaron algunas figuras emblemáticas en la historia de México como lo fueron Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas del Río, Miguel Alemán o Miguel De la Madrid tuvieron severas repercusiones en la sociedad mexicana, la cual con el paso del tiempo hizo de una sociedad obrero-campesina la aparición de una clase media –haciendo eco al autor–, factor sumamente importante que sirve para explicar por una parte una de las principales fallas que el partido decidió ignorar a lo largo de su trayectoria.
Otro de los factores a los que Hernández Rodríguez concluye es que la bonanza económica de la que gozó el país, momentum de la historia conocido como el “Milagro Mexicano” aletargó aún más la intención de reforma dentro del partido; en su defecto el Estado en aquel entonces logró invertir de manera óptima en los sectores sociales; el PRI era un partido de Estado en el que cada sexenio representaba un proyecto partidista según la administración a cargo; el presidente del partido únicamente fungía como el poder formal del partido, aunque en realidad los presidentes eran quiénes decidían el porvenir del mismo.
Esta coyuntura asimismo no generó conciencia dentro de la militancia, pues en 1965 Carlos A. Madrazo renuncia a su posición en el PRI, tras un intento de reformar el partido, el sistema de elecciones internas y su búsqueda por una inclusión de otros sectores sociales dentro del partido fracasó. Esto llevó al hegemón lentamente hacia un ambiente en el que se vería inadaptado hacia los próximos años.
Pero esto es solo una parte de los conflictos. La inserción del sector tecnócrata en los altos mandos del priismo cambió nuevamente la forma de hacer política, desplazando lentamente a los políticos de formación. Funcionarios que únicamente habían formado parte del sector administrativo-financiero empezaron a hacerse cargo de las necesidades de la sociedad, aún sin siquiera dominar o tener conocimiento de sus puestos en las secretarías de Estado; el político, quién hubiera militado o tenido puestos importantes dentro de la estructura partidista comenzó a perder terreno. A la larga esto creó un importante cisma dentro del PRI, ya desde la administración de José López Portillo (1976-1982) se dio importancia a este sector, el cual buscaba únicamente mantener en orden los indicadores económicos so pretexto de no meter al país en una recesión económica (el Desarrollo Estabilizador había acabado en 1970) mediante ajustes, que principalmente fueron recortes presupuestales para diversos rubros, entre ellos, los programas sociales que tanto éxito le dieron al PRI en las décadas anteriores.
Hernández Rodríguez considera que la gota que derramó el vaso en el partido ocurrió hasta la administración de Miguel De la Madrid Hurtado, en la que el Presidente se negó con creces a discutir con la Corriente Democrática (facción política del partido) la sucesión presidencial de 1988 en la que Carlos Salinas de Gortari resultó el candidato sucesor de De la Madrid. Aquí nació una de las rupturas más grandes que haya sufrido el partido del Estado, ya que con la creación del Frente Nacional Democrático (FDN) encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas junto con otros militantes en pro de las causas sociales se separaron oficialmente del PRI, fundando posteriormente el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El autor define las elecciones de 1988 como la competencia del PRI históricamente comprometido con la sociedad versus el PRI conservador que obedecía a una tecnocracia “políticamente incompetente”.
El arribo del salinismo al PRI aisló aún más al partido. La figura presidencial rebasó toda autoridad y comenzó a reformar a diestra y siniestra el partido y por supuesto al mismo sistema electoral para poder legitimar una presidencia que a la fecha se sigue cuestionando. Aquí el autor hace un interesante análisis pues deconstruye la imagen de Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial sucesor y asesinado en marzo de 1994, desmitificando –por una parte– y brindando una perspectiva aterrizada sobre esta importante figura del priismo, pues también considera que su papel moderado como político y conciliador con los tecnócratas jugó un rol clave en su trayectoria.
Ernesto Zedillo (1994-2000) es sucesor de Salinas y el autor asume que su presidencia fue la base esencial para poder destronar al priismo de la Presidencia en las posteriores elecciones. Caracterizado por su desinterés en el partido, por su incapacidad de lidiar con los asuntos políticos internos –constantes cambios de gabinete como ninguna otra administración– así como un obsesivo apego al marco jurídico, el PRI se consolida como una maquinaria partidista dominada por políticos, que poco a poco tuvieron el valor de desafiar la autoridad presidencial, simbolizando así el fin de una era en la que la dupla Presidente-Partido eran el control y dominio del sistema político mexicano.
Sabemos muy bien que sucedió del periodo 2000-2012. Este tiempo le sirvió al PRI para reivindicar sus intereses así como sus intenciones futuras hacia la sucesión presidencial, sin embargo es menester rescatar el papel que ahora sostuvo el partido. Hernández Rodríguez anotó que en este periodo se busca unificar de nuevo el sistema partidista, ahora liderado por Roberto Madrazo, quién pese a las adversidades internas consiguió la nominación y pierde en las elecciones de 2006. Quedó claro que aún el partido tenía más lecciones que aprender, pese a que recuperó el poder de su maquinaria electoral en los estados.
Finalmente, en 2012 el PRI regresa a Palacio Nacional, esta ocasión con Enrique Peña Nieto, el autor alude a este retorno como un regreso condicionado, ya que aún siguen algunos vacíos dentro de la institución partidista que hasta la fecha se siguen determinando. Una de las principales constantes que ha presentado el partido a lo largo de su existencia desde 1929 hasta la actualidad ha sido la ausencia de una ideología oficial, pues el autor considera que hay ambigüedad en la idea del nacionalismo revolucionario que predicó (o pretendió) a lo largo de la historia. Sí, el partido fue inicialmente un proyecto para poder consolidar todas las fuerzas políticas de un México revolucionario, un foro para poder controlar la presencia y dominio de los caudillos alrededor de la República, sin embargo su transformación a un partido de corporaciones, de masas y finalmente su institucionalización como PRI nunca determinaron una ideología en específico; pese a que predomina la disciplina partidista y las lealtades, difícilmente se ha podido determinar una visión o un proyecto que encamine el partido, dejándolo a merced de sus dirigentes.
El libro puede que parezca una tragedia griega a la mexicana pero debe servirnos para poder reflexionar los encuentros y desencuentros que han acontecido en la esfera política mexicana; una historia del poder, si así se quiere ver. Simpaticen o no con el partido es una lectura obligada que nos permite comprender con precisión la orientación del sistema político mexicano, así como un importante referente si consideramos que es la primer obra en abordar con profundidad un fenómeno social tan poco estudiado como lo es el Partido Revolucionario Institucional.