Los pueblos originarios de América Latina lo están pasando a mal. Si uno se da una vuelta por varios de los medios de comunicación autogestionados o no alineados con los grandes poderes económicos existentes en el continente, se dará cuenta que son muchísimos los problemas de orden de persecución, criminalización y saqueo que sufren muchas culturas milenarias por parte de los actuales estados americanos. Lo que hace de esta práctica, algo inaceptable, es que países cuyas oligarquías lucharon guerras independentistas, hace poco menos de 200 años, en la actualidad, parecieran actuar de igual o peor manera que aquellos de quienes se independizaron. Entonces, cabe preguntarse: ¿Llegó realmente la independencia alguna vez a este continente?
Guatemala y Chile
Si bien hay muchos países en los que se persiguen, criminalizan, encierran y hasta matan a los pueblos originarios, en esta ocasión me enfocaré solo en dos casos que son muy ilustrativos del problema. Los casos de Guatemala y Chile.
Guatemala
La nación Centroamérica lleva años de un prolongado conflicto entre su estado y los pueblos originarios del lugar. Este conflicto tuvo uno de sus momentos más crueles a comienzos de los 80, cuando se realizó un brutal exterminio de miles de personas en lo que se conoce como el Genocidio Maya. En esos años el gobierno de Guatemala declaró como “enemigo interno” a los pueblos Maya del lugar, con la excusa de que estos estaban planeando un complot comunista contra el Estado. Lo cual, obviamente, no era cierto. Era solo un pretexto para acabar con los pueblos originarios del lugar y, así, poder explotar sus tierras y sacar provecho de sus recursos naturales. En la actualidad, el estado guatemalteco sigue persiguiendo a los pueblos originarios mediante el uso del saqueo como herramienta principal. Y, contraviniendo todos los acuerdos internos e internacionales, no respeta a los pueblos originarios ni a sus líderes, a quienes encarcelan, persiguen, torturan y matan, con tal de poder ocupar sus tierras para la instauración de hidroeléctricas, grandes presas, y todo tipo de elementos que generen ganancias y satisfagan los intereses de la oligarquía local y de los grupos económicos extranjeros presentes en la zona del conflicto (principalmente, compañías de Canadá, EE.UU y España). Este modo de actuar, de parte del gobierno guatemalteco, ha dejado como saldo miles de muertos, desplazados y heridos en un conflicto que pareciera no tener fin.
Chile
En Chile, las cosas no son muy diferentes. En la zona sur del país se vive un violento conflicto de parte del Estado contra la Nación Mapuche. El Pueblo Mapuche, cuya presencia en la zona se remonta a siglos y siglos antes de que el europeo pusiera sus pies en esta tierra por primera vez, ha sufrido en los últimos 500 años un largo ciclo de violencia, persecución y exterminio que pareciera no tener fin. Primero fueron los españoles quienes trataron de doblegarlos por la fuerza, sin embargo, luego de casi 300 años de intentos, no lo lograron. Luego fue la oligarquía *santiaguina –cobarde de nacimiento– quien por decreto supremo, a finales del siglo XIX, declaró que las tierras del pueblo Mapuche debían ser anexadas al Estado Chileno para “asegurar la soberanía”. El proceso fue bautizado miserablemente como “Pacificación de la Araucanía”, pues la cobarde aristocracia santiaguina declaró que era gente salvaje, violenta y sanguinaria que había que “pacificar”. Para llevar a cabo este proceso, paradójicamente, llevaron a la zona: militares, fuego, tanques, armas, guerra y muerte, es decir, llevaron el salvajismo de la “civilización”. Lo que no se dice sí, al pueblo chileno, es que esa zona era una nación independiente, que incluso había sido reconocida por la Corona Española en muchos acuerdos que establecían al río Bío-Bío como la frontera natural entre la incipiente colonia española y el Pueblo Mapuche, por ende, la posterior “anexión” de este territorio, por parte del Estado de Chile, sólo puede ser considerada y condenada por lo que es: una invasión, y la zona en la actualidad, un territorio bajo ocupación extranjera.
En la actualidad, la zona sigue siendo un lugar propicio para los abusos y atropellos por parte del Estado. La zona se encuentra absolutamente militarizada y el Estado de Chile ha declarado a todo aquel que simpatice con la causa del Pueblo Mapuche, o luche por su liberación, como terrorista. Sin embargo, al igual que en el caso de Guatemala, los intereses del Estado no son la “lucha contra el terrorismo” o el “enemigo interno”, sino que proteger los intereses oligárquicos internos y externos de los usurpadores de esas tierras, quien lucran con los abundantes recursos naturales de la zona, tanto madereros como hidroeléctricos.
Racismo, avaricia y otros males
En ambos países podemos ver que se ha desatado una guerra sin precedentes contra los habitantes originales de esas respectivas tierras. Las “razones de Estado” dictan que estas persecuciones se llevan a cabo en pos del desarrollo del país y las grandes inversiones. Sin embargo, algo más cruel y duro subyace en el actuar de estos Estados: un profundo racismo y desprecio por la tierra y su gente.
Los Estados que hace no mucho luchaban por independizarse de la Corona Española, en realidad, nunca buscaron la liberación de sus pueblos. Solo buscaban liberarse de aquellos a quienes debían rendir cuentas. Para los adalides de la independencia, esta libertad era solo para los descendientes de Europa; los “blancos”, los “puros”, los “civilizados”. Para estos Estados, la gente originaria de esta tierra, siempre fue considerada un botín de guerra al cual esclavizar y un estorbo para sus intereses económicos y expansionistas.
La respuesta a por qué tanta persecución y racismo, es simple. Quienes gobiernas estos Estados viven bajo la ilusión de que no son de este lugar. Ellos sienten que están de paso por aquí. No tienen sentido de pertenencia alguna. Nada más sienten lealtad con los lugares y gente que consideran su hogar; lugares y gente, más allá del Atlántico. Y así, mientras piensen y actúen bajo esa premisa, las cosas no cambiarán, ni los conflictos tendrán fin.
Una renovada ola independista puede generar los cambios necesarios que, de una vez por todas, traten con respeto, fraternidad e igualdad, a los verdaderos soberanos de estas tierras: los pueblos originarios.
Es hora de alcanzar la independencia.
*De la ciudad de Santiago de Chile.