Si se pudiera hablar con certeza de la naturaleza del hombre, sin duda podríamos aseverar que el amor por la sabiduría se encuentra en ella. El deseo de estudiar y conocer su mundo es una necesidad para él.
Siglos atrás la filosofía se desempeñaba como la principal herramienta para alcanzar una concepción objetiva tanto del yo como del universo, desafiando los dogmas existentes mediante el uso de la lógica y la razón. De acuerdo con Platón y Aristóteles, la filosofía era entonces la ciencia pura [3]. Es decir, la filosofía era considerada como algo indiscernible de la ciencia. Sin embargo, es en la búsqueda de un conocimiento más especializado que la ciencia comienza a hacer su propio camino, separándose (aparentemente) de la filosofía.
Desde entonces, ha sido la ciencia la que ha marcado y conducido el camino hacia nuevos horizontes tales que le permitan al hombre, mediante la creación de un cuerpo sistemático y verificable de ideas, tener una concepción del universo más cercana a la realidad. Desde el mundo subatómico, con la física de partículas, hasta el descubrimiento de nuevos soles y planetas, día con día el trabajo científico permite al hombre conocer un poco más del engranaje que mueve el mundo que habita.
Si la ciencia estudia el universo, ¿quién estudia a la ciencia?
El éxito actual de la ciencia es gracias al método que los científicos emplean para generar conocimiento, el cual es bien conocido (al menos de nombre). Me refiero al método científico, el cual es definido en [1] como “el conjunto de procedimientos por los cuales i) se plantean los problemas científicos y ii) se ponen a prueba las hipótesis científicas”. Con su método la ciencia estudia el mundo de tal forma que disminuye la brecha que separa la concepción de la realidad del hombre de la realidad misma. Sin embargo, si la ciencia con su método estudia el universo en el que nos encontramos, ¿quién se encarga entonces de estudiar a estos? Y es con esta pregunta con la que se justifica el paréntesis hecho un par de párrafos arriba, cuando mencionamos la aparente separación entre filosofía y ciencia. Y es que es una de las ramas de estudio de la filosofía actual la que se encarga de dar respuesta a la pregunta planteada, conocida como filosofía de la ciencia.
Aunque desde que la ciencia moderna vio sus inicios han existido científicos preocupados por las implicaciones filosóficas de la investigación científica (algunos de ellos de nombre reconocido como Erwin Schrödinger y Albert Einstein) ninguno tenía una formación de filósofo. No es sino hasta el círculo de Viena, una organización formada por científicos de diferentes países para examinar los problemas científicos desde una perspectiva filosófica, que la filosofía de la ciencia comienza a tomarse como una rama de la filosofía de forma seria, que exigía la atención pertinente, como cualquier otra ciencia lo hacía [2].
El reconocido epistemólogo Mario Bunge, en su libro La ciencia, su método y su filosofía [1], hace una definición de filosofía de la ciencia con base en las tareas que ésta debería desempeñar. Opta por hacer un recorrido a través de los distintos significados implicados por las relaciones que guardan las palabras filosofía y ciencia unidas por distintas preposiciones. Define: filosofía de la ciencia, filosofía en la ciencia, filosofía desde la ciencia y filosofía con la ciencia. De acuerdo con esto, esta rama de la filosofía tiene por objetivos generales los siguientes:
– Escudriñar desde una perspectiva filosófica los problemas, metodología y técnicas empleadas para resolverlos, y los resultados generales del conocimiento científico.
– Examinar las implicaciones filosóficas del trabajo científico en distintas áreas del conocimiento, y las hipótesis que resultan e intervienen en la investigación científica.
Es así que podemos decir que la filosofía de la ciencia es el ojo que supervisa la obra conceptual en construcción por el conocimiento científico, y que cuestiona cómo está siendo construida, al mismo tiempo que se pasea por los distintos caminos de ésta, buscando construir nuevos y conectar los existentes.
¿De qué le sirve la filosofía de la ciencia a la ciencia?
Su utilidad la podemos encontrar en la definición basada en las tareas a desempeñar que expusimos previamente. Los problemas científicos planteados, y, los métodos y técnicas con las que se le pretenden dar solución; se encuentran sentados sobre bases filosóficas, aunque muchas veces el científico, preocupado más por la generación de conocimiento, no se percate de ello. Es decir, la filosofía de la ciencia le sirve de andamiaje a la ciencia en la búsqueda del conocimiento.
Un claro ejemplo de esto es que, seguramente no hay ningún científico que llegue a su laboratorio o escritorio y se cuestione si el universo bajo su estudio es cognoscible. Esta es una cuestión filosófica que toma por verdad, puesto que de lo contrario no tendría un objeto de estudio.
Pero bueno, si el científico no se percata de las cuestiones filosóficas, ¿le es útil?
Aunque el interés por el estudio de esta rama del saber debería ser solo por la búsqueda de la verdad en sí misma, considero que hay al menos dos formas en las que su estudio es útil en la formación del científico. Para concluir veamos cuales.
Si la filosofía de la ciencia forma el andamiaje sobre el cual la ciencia se desarrolla, y parte del desarrollo de la ciencia consiste en armar rompecabezas (como lo considera el historiador de la ciencia Thomas Kuhn), aquel científico que conozca dicho andamiaje será aquel que probablemente conozca mejor la disposición de los nuevos horizontes por explorar y los caminos por los cuales transitar para colocar las piezas faltantes.
Por otra parte, una perspectiva filosófica de la investigación desarrollada por el científico (o incluso de cualquier actividad realizada por el hombre) debería llevarlo a cuestionarse el papel que juega, tanto él como su investigación, en el mundo que lo rodea. Si se pudiera lograr un grado de conciencia en el científico que lo dispusiera a reconocer en que parte del complejo engranaje de nuestra sociedad se encuentra, tal vez se pudiera lograr que menos científicos le vendieran su alma al diablo cuando emplean a la ciencia para fines destructivos. Aún más, tal vez en una de esas nos demos cuenta –me incluyo, lo incluyo a usted, querido lector- nos demos cuenta que en esta búsqueda del saber, no solo estemos acercándonos más a la realidad, sino también a nosotros mismos.
Fuentes de consulta
[1] Bunge, M. La ciencia, su método y su filosofía. México: Nueva Imagen, 2a edición, 2012.
[2]Bunge, M. Epistemología. México: Siglo XXI, 2a edición, 2000.
[3] Hessen, J. Teoría del conocimiento. Época, 2008.