El arte es un juego entre los hombres de todas las épocas
Marcel Duchamp
Desde el siglo XIX los seres humanos han tenido curiosidad por su entorno, ¿qué hay más allá de las montañas?, ¿dónde falta explorar?, ¿cómo funciona una hoja?, son preguntas que naturalmente necesitan de una respuesta larga e indagatoria. En aquel tiempo surgieron figuras como Darwin, Wallace o Humboldt, quienes trataban dar respuestas a incógnitas de índole naturalista, fisiológica y biológica.
La inquietud sobre el paisaje y retratar el mundo; se gestaba en Holanda desde el siglo XVII, les interesaban las formas de las montañas, la piedras y cachivaches, su detenida observación lograba composiciones yuxtapuestas y altamente miméticas que representaban el hábitat de aquellos hombres, los pintores habían descrito las formas antes de la mirada científica, es decir, primero se describió la forma a través de pinceladas, después la sustancia, su funcionamiento y explicación.
Es bien sabido que la Ciencia y el Arte siempre están en un permanente diálogo, pero sucede que pocas veces somos capaces de verlo. En un estudio reciente, un historiador (David Vergauwen) y un biólogo (Ive De Smet) han constatado el cambio de diferentes frutos y verduras representados en las naturalezas muertas, este hallazgo atestigua justamente la evolución y domesticación de los productos comestibles.
Pareciera que estas dos áreas no están nada relacionadas entre sí; sin embargo, lo están y mucho. Los paisajes siempre han sido una inspiración para los artistas y para el científico una búsqueda constante de nuevos horizontes inexplorados. Desde tiempos inmemoriales el hombre quiso volar, lo logró; en 1969 consiguió viajar a la Luna, este suceso marcó a la humanidad.
Por aquellos años el Arte estaba sumergido en una comercialización, los artistas necesitaban alejarse, convertirse nuevamente en exploradores, indagar, aislarse de la “superficialidad”, así lo creían, del Arte Pop o el Arte Abstracto y generar una nueva propuesta, la cual se tituló: Land Art.
Es inevitable ver un paralelismo entre la Astronomía y el Land Art, pues ambos desean encontrar nuevos paisajes, la primera busca galaxias, universos y constelaciones, la segunda escenarios propicios para la creación, para así alejarse de las máquinas y renombrar a la naturaleza como su coautora. ”El arte tenía que preparar o anunciar un mundo futuro, modelar universos posibles”. [1]
Rancho Cadillac (Fig. 1) es justamente una propuesta que cambia rotundamente el paisaje, de ser un campo plano, de pronto se enaltecen diez autos, enterrados a manera de crómlech (del bretón, kroum, ‘corona’ y lech ‘piedra’), un efecto sorpresa deslumbra al visitante pues “el santuario” no tiene las tradicionales piedras acomodadas en el espacio, a la usanza de Stonehenge, sino un invento del ser humano, un tanto caro, que pierde su valor, pues están enterrados. La escultura es un adiós a la superficialidad, enterrar una era para el nacimiento de otra, los autores dejan en claro que están en contra de ver al Arte como una mercancía, pues esta obra no se puede transportar, ni verse en un museo, se le solicita al espectador moverse de su espacio, ser un explorador, un viajero al encuentro de un nuevo mundo, tal y como se lo pide Marte o la Luna a un astronauta.

El Land Art está en una lucha constante con el mercado del Arte, “se puede comerciar con los objetos artísticos cuyo precio se fija según el valor artificial del mercado, pero no se puede comerciar con la experiencia, ni se pueden vender las sensaciones” [2]; los artistas ambientales proponen una nueva modalidad despertar la curiosidad y la paciencia del espectador para que éste juegue con el entorno.
Un ejemplo de ello es el Campo de relámpagos de Walter de María (Fig. 2), que justamente relaciona la Ciencia con el Arte, consiste en 400 tubos de acero alineados en un campo abierto, el acero al ser un material altamente conductor atrae la energía del rayo, creando una siembra de rayos que caen en este material tan dúctil. Aquí la Física y el Arte se mezclan, logrando así un concepto diferente; este campo apela a la paciencia pues habrá ocasiones donde la tormenta no llegue ni por asomo y otras donde el estruendo sea una sinfonía de rayos, nubes, aire y tempestad.
La experiencia es lo que vale aquí, pues cuántas veces una persona ha tenido la oportunidad de ver un rayo tan de cerca o llamarlo a un lugar específico. Es un juego entre el artista, la naturaleza y las vivencias del visitante. “El arte siempre ha sido relacional en diferentes grados, o sea, elemento de lo social y fundador del diálogo” [1] , diría también inclusivo pues por primera vez la naturaleza aparece como creadora de la obra de Arte.

Aquí la Física y el Arte se mezclan, logrando así un concepto diferente; este campo apela a la paciencia pues habrá ocasiones donde la tormenta no llegue ni por asomo y otras donde el estruendo sea una sinfonía de rayos, nubes, aire y tempestad.
“Una obra apunta más allá de una simple presencia en el espacio, se abre al diálogo a la discusión” [1], el Land Art dejó constatado que también se comparte con los compañeros de viaje, que cualquiera puede experimentarlo, hasta cierto punto es democrático pues no apela a un bagaje cultural por parte del espectador, sino a la disposición y facultad de disfrutar lo que se ve, darse la oportunidad de asombrarse.
Por supuesto, si el espectador cuenta con un caudal de conocimientos mayor al ciudadano promedio se disfrutará el doble y si tiene intereses científicos, aún más. Ejemplo de ello es Túneles solares de Nancy Holt (Fig.3). Esta obra reúne la Astronomía con el Arte, son cuatro túneles dispuestos en forma de X, de día el visitante puede seguir el camino del Sol y por la noche meterse en ellos y ver las diferentes constelaciones a través de agujeros que siguen el recorrido de las estrellas, para esta obra se estudió el cielo, pues éste está en constante cambio, no es el mismo en verano, invierno o primavera, la disposición de las estrellas cambia y por tanto la lectura del cielo también.
Un navegante, astronauta, astrónomo o aeronauta, tendrían una relación diferente con esta obra, pues conocen el cielo y sus cambios, saben leerlo, esta obra sí requiere de conocimientos científicos para gozarla aún más. Cabe destacar que la circularidad del túnel contrasta con el paisaje plano, por primera vez el marco de la obra está dentro y el paisaje afuera, la lectura es diferente a lo que se está habituado.

“El arte es un sistema altamente cooperativo: la densidad de interconexiones entre sus miembros implica que todo lo que pasa en él puede ser una función de cada uno de sus miembros”[1], el Land Art necesita de la cooperación de otras áreas, en este caso científicas, pues sólo la Ciencia ha intentado por todos los medios explicar la naturaleza, desde un punto de vista funcional, aún está en pañales para recrear una hoja, un árbol o una flor, por supuesto, pero es un paso significativo entender cómo funciona el mundo que nos rodea.
Tal vez el Land Art necesite mucho del espectador, desplazarse, cambiar de escenario y saber un poco más del entorno para descifrar qué hay allí, qué es lo que se ve, pero sin duda vale la pena, porque de este modo no se desvincula a la pieza de su entorno, no está desarticulada o fragmentada, el escenario es completo, no hay pieza que le falte. Los artistas ambientales consideraron que el Arte es una interacción continua, buscan un espectador inteligente, explorador e inquisitivo que sea capaz de completar las experiencias y además nunca se olvide la parte juguetona del mundo y de la vida.
Fuentes citadas
[1] Bourriaud, Nicolas. Estética relacional, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2008, p11, 14, 49.
[2] Raquejo, Tonia. Land Art, España: editorial Nerea, 1998, Scribd libros. Web. 17 sept. 2020, 21.
Fuentes consultadas
[3] Hodge, Susie. 50 cosas que hay que saber sobre Arte, España: editorial Ariel, 2012.
[4] Sacristán, Enrique. “Un biólogo y un historiador rastrean la evolución de frutas y verduras”, Agencia Sinc. Julio 2020. Web 17 sept, 2020.